Por las calles del fútbol III. “El capitán más grande de la historia”.

Así títuló la prestigiosa pluma de Diego Lucero al ejemplar N° 25  de Estrellas Deportivas que produjo en memoria de José Nasazzi a los diez años de su desaparición física en 1978. Una definición exacta de lo que representó uno de los principales responsables de convertir al balompié oriental en uno de los más prestigiosos del mundo. Ningún otro futbolista que asumió el honor de capitanear a la selección de su país conquistó 3 campeonatos del mundo de forma consecutiva y en tan solo 6 años. Un palmarés sobresaliente que completó con 4 Campeonatos Sudamericanos junto a los torneos obtneidos en el ámbito de la competición local. Pero sus éxitos no solo se tradujeron en trofeos y medallas porque su legado sigue plenamente vigente. Nasazzi definió el modo de ser del jugador uruguayo y estableció el orden de requisitos que debe tener cualquier futbolista que aspire a sucederlo en el porte del brazalete celeste. Un  deportista que integró la elite mundial en su tiempo pero que se mantuvo fiel a las raíces  del barrio que lo recuerda cada día con una de sus calles.

Las veredas angostitas que se ensanchan hacia la bahía, el nuevo cruce con la vía dispuesto por el proyecto del Ferrocarril Central, los enormes galpones fabriles devenidos en depósitos y las casas centenarias refrescadas por los reciclajes de sus fachadas son las postales típicas de esta callecita. Una vía de tránsito cuya extensión apenas supera los 400 metros desde Avenida Agraciada hasta la Rambla Baltasar Brum pero que fue enlazada a la gloria cuando se la rebautizó.  Su antiguo nombre era el de Olivos y el mismo fue dispuesto por la Junta Económica Administrativa de Montevideo cuando se produjo una gran reestructuración del nomenclátor de la ciudad en 1919. Un poco después de medio siglo, el gobierno departamental revocó su anterior resolución y determinó que la calle pasara a llamarse José Nasazzi.  Un acto sumamente valioso teniendo en cuenta la ingratitud del nomenclátor de la capital hacia los futbolistas que escribieron las páginas más gloriosas de nuestro fútbol.  Una actitud que resulta contradictoria con el sentimiento  futbolero que late en las calles montevideanas desde que los primeros ingleses desembarcaron en el puerto con pantalones cortos y  una pelota bajo el brazo  Pero la figura de “El Mariscal” fue tan inmensa que el propio nomenclátor le otorgó un justo recordatorio en pleno barrio Bella Vista. La mayoría de sus compañeros de hazañas también recibieron  sus correspondientes homenajes aunque de forma muy tardía en el tiempo y absolutamente relegados en la trama urbana de la ciudad. Tan solo se registran algunas excepciones como la decretada con su compañero de  zaga Pedro Arispe en la Villa del Cerro.

José Nasazzi Yarza nació el 24 de mayo de 1901 en un hogar de Peñarol conformado por el inmigrante italiano Giuseppe y la uruguaya descendiente de vascos María Jacinta. Eran los albores del SXX y la pujante villa ferrocarrilera reproducía sistemáticamente su rutina industrial en torno al silbato de la remesa, los bocinazos de las locomotoras y el bulllicio de los obreros que iban y venían por el Camino a Peñarol- actual Aparicio Saravia- en los horarios estipulados por  la jefatura del CUR. El football ya se había constituido en el pasatiempo favorito de ingleses y criollos por los campos de Peñarol y los gurises replicaban esta sana costumbre en los potreros aledaños a los inmensos talleres teñidos por el hollín del carbón. El gurí de Giuseppe no era ajeno a este fenómeno y se entremezclaba con  los chiquilines de la villa para jugar a lo que más le divertía. Una vida normal como la de cualquier hijo de obrero  hasta que se produjo la repentina pérdida de su padre con apenas 7 años. Este trágico suceso transformó la organización de la casa y Doña Jacinta tuvo que salir a pelearla sola para criar a los pichones. La familia se mudó de Peñarol para radicarse más cerca de la ciudad en las inmediaciones de la Estación Bella Vista. Los nuevos vecinos se ubicaron en una casa por la calle San Carlos y el niño salió a la búsqueda de nuevos amigos. La cancha de la Capilla de los Padres Salesianos por la calle Maturana era el gran punto de encuentro de  toda la gurisada bajo la animación del Padre Guerra. Seguramente, Josecito le cayó en gracia de inmediato al presbítero cuando el religioso constató que cumplía años el mismo día en que la congregación salesiana celebra la fiesta patronal de María Auxiliadora.

El gurí de Jacinta se consolidó como “El Terrible” y todos los que andaban en la vuelta  querían jugar con él. La madre reconocía los dotes futbolísticos de su hijo, pero el niño se hizo mozo y había que dar una mano para bancar la olla. El muchacho comenzó a buscar trabajo y consiguió un puesto como marmolero en la Compañía de Materiales de Construcción de la calle Uruguayana.  El trabajo era muy forzado pero su remuneración era superior a la de otros oficios en la rama de la construcción. Esto permitía un cambio significativo en la calidad de vida de los Nasazzi dado que sus ingresos favorecían un mayor confort. Era consciente del valor de su contribución en el hogar pero quería seguir forjando la reputación ganada en la cancha de la capilla del barrio.

EL AMOR POR LOS COLORES. LA ESENCIA PURA DEL FÚTBOL

José tenía un profundo arraigo con la zona y su primer club en la órbita asociacionista fue el Centro Atlético Lito de la calle Santa Fe. Allí jugó desde 1918 hasta que su barrio pasó a tener cuadro propio. El 4 de octubre de 1920 se fundó el Club Atlético Bella Vista y el mismo estaba integrado por aquellos vecinos y amigos que lo acogieron cuando llegó huérfano de padre. Nasazzi quería integrar la naciente escuadra pero el Lito fue tajante con la negación del pase. El futuro tricampeón mundial comenzó un litigio con la institución y no dio su brazo a torcer. Su única salida era conseguir la libertad de acción y para ello, debía estar sin jugar por un año en la competicia oficial organizada por la AUF. Este requisito reglamentario no fue un obstáculo para su deseo  y emigró a la Liga Nacional para alistarse en el Roland Moore de Peñarol. Una decisión en la cual debieron influir los lazos afectivos de su primera infancia. El cuadro de su villa natal lo incorporó para disputar toda la campaña de 1921. Su actuación fue destacada y los dirigentes de la liga lo citaron para conformar un combinado representatvo que viajó a Buenos Aires para jugar con la 2° de Ascenso de la Asociación Argentina. El match se disputó en la cancha de Sportivo Barracas como preliminar del partido que enfrentó a uruguayos y argentinos por el Sudamericano de ese año. Nadie sabía bien quien era ese sobrio jugador pero su desempeño causó sensación. Nasazzi cumplió con el período establecido para ser jugador libre y en 1922 pasó a defender los colores de su barrio por 10 años. Una década en la cual los papales ostentaron con orgullo contar entre sus filas con el “Capitán de capitanes”.

El cisma producido en nuestro fútbol dividió a los cuadros en dos organizaciones simultáneas y los novatos de Bella Vista decidieron permanecer bajo la égida de la AUF. Rápidamente se coronaron campeones de la Extra en 1921 y con la incorporación de “El Terrible” obtuvieron el título de Intermedia. El cuadro estaba repleto de cracks y consiguió un ascenso meteórico al círculo de privilegio. El nombre de José Nasazzi comenzó a trascender en las crónicas deportivas y su convocatoria a la selección comenzó a gestarse.  El combinado nacional tenía en su horizonte próximo el Sudamericano que se iba a disputar en el Parque Central durante  la primavera de 1923. Los dirigentes consideraron oportuno incluir al zaguero auriblanco y la citación fue emitida. El acto administrativo se ejecutó y culminó siendo mucho más que una mera comunicación oficial. Se convirtió en el prólogo de la máxima leyenda de nuestro balompié.

“El Mariscal” se puso por primera vez la casaca celeste el 4 de noviembre de 1923 y la gloriosa malla quedó inmortalizada en su piel. Uruguay se impuso a su similar de Paraguay por 2 a 0 en el marco del debut por la Copa América. Los Celestes también vencieron a Brasil por 2 a 1 el 25 de noviembre y a los argentinos por 2 a 0 el 2 de diciembre para obtener un nuevo certamen continental de forma invicta.  Atilio Narancio tenía mucha confianza en ese renovado plantel y había prometido que si ganaban el título marcharían rumbo a los Juegos Olímpicos de París. La recompensa parecía muy grande pero la pequeña nación del sur de las Américas estaba llamada para la conquista de grandes empresas.

“AL FIN TE LARGO Y NO TE AGARRARÉ MÁS”

Fue la expresión de Nasazzi al lanzar su maceta cuando recibió la anhelada noticia. La misma fue recogida por un compañero como elemento testigo de la decisión trascendental que se había presenciado en el galpón. Corrían los primeros días de 1924 cuando se confirmó que estaba todo resuelto para emprender la travesía olímpica hacia suelo francés.  El gesto de tirar su herramienta no consistió simplemente en un acto de liberación de ese trabajo forzoso realizado bajo condiciones  extremas. Representó su firme determinación de abandonar su seguridad laboral y la relativa estabilidad económica de su familia en pos de un objetivo común que implicaba a la sociedad en su conjunto. Viajar a los Juegos Olímpicos significaba mucho más que ir a ganar el campeonato de fútbol. Consistía en presentar al país ante el mundo a través de la participación en el distinguido evento deportivo. Nasazzi tan solo contaba con 3 partidos  en la selección pero asumió el compromiso de conducir el período más glorioso de nuestro fútbol con la experiencia de un veterano de mil batallas. Su capitanato estuvo  repleto de hazañas que consolidaron la hegemonía del fútbol uruguayo.

El magistral back derecho consiguió 3 campeonatos del mundo en tan solo seis años. Un récord que solo comparte con los compañeros que repitieron presencia en Colombes, Ámsterdam y Montevideo junto a él. Ni el propio “Rey” Pelé consiguió  inmensa estadística en tan corto tiempo y tampoco pudo igualarlo “El genio del fútbol mundial” con la selección argentina. Un palmarés extraordinario que completó con 4 torneos sudamericanos (1923, 1924, 1926 y 1935), 2 Copa Lipton (1927  y 1929) y 1 Copa Newton (1929) más los títulos locales conseguidos con Bella Vista y Nacional. En lo que refiere a sus rivales, jugó contra los mejores de su época y a todos les ganó. Los albicelestes fueron, desde el inicio, sus adversarios preferidos y frente a ellos jugó su último partido con la selección el 20 de setiembre de 1936 por la Copa Héctor Rivadavia Gómez. El equipo charrúa se impuso por 2 a 1 en el Estadio Centenario y “El Mariscal” se despidió del pueblo deportivo oriental ofrendándole su último trofeo. Disputó 40 partidos (29 victorias, 4 empates y 7 derrotas) en total por Uruguay y culminó con estadística favorable frente a todos sus oponentes. No llegó a marcar goles pero su presencia en el fondo fue más valiosa que cualquier anotación.

Sus logros deportivos fueron extraordinarios pero su mayor legado excedió los estrictos límites del campo de juego. Su impronta marcó para siempre la identidad del fútbol uruguayo y junto a sus compañeros de epopeyas trazó el sendero victorioso por el cual transitaron sus sucesores en el triunfo. Fue un verdadero líder dentro del campo de juego en base a su solvencia técnica,  la ascendencia entre sus pares y la firmeza en la toma de decisiones en los momentos más complejos. Configuró la estirpe del futbolista uruguayo y su actuación matrizó el modelo del capitán oriental. Así lo entendió Obdulio cuando tomó la posta de la gloria en Maracaná sabiendo que no lo podía decepcionar.

El éxito se paró al costado de la cancha de los salesianos y lo eligió siendo gurí para forjar la historia. Pero el brillo de los oros que colgó en su pecho nunca la encandilaron. Por eso, encabezó en Colombes la vuelta alrededor de la cancha para agradecer las desbordantes expresiones de júbilo del público francés. Un caballero del deporte cuyos atributos fueron reconocidos también por los adversarios que más lo padecieron.  Así lo documenta la profunda amistad con el capitán albiceleste Nolo Ferreira y con una barra de jugadores argentinos contemporáneos. Luego de que culminaran sus enfrentamientos en las diferentes canchas del mundo, ambos capitanes connfraternizaron en las cruzadas rioplatenses que emprendían de forma recíproca. Inclusive, cuando Nolo y sus colegas argentinos se enteraron de que José estaba enfermo, vinieron a visitarlo para darle aliento en su último partido. Nasazzi falleció de forma temprana el 17 de junio de 1968 y sus restos descansan en el Cementerio de La Teja.

Con tan virtuosa carrera deportiva y siendo uno de los mayores hacedores del fútbol uruguayo, cualquier homenaje parece insuficiente. La calle que lleva su nombre puede ser considerada irrelevante en la dinámica de la movilidad urbana de Montevideo. Pero este recordatorio tiene la enorme virtud de situarse en el lugar indicado. En el corazón de su querido  barrio Bella Vista. A escasos metros de la canchita de la capilla y frente al predio- actual Colegio Maturana- donde se ubicaba el extinto Parque Olivos. Allí mismo, a la vuelta de la marmolería donde lanzó la maceta al olvido para ir tras el sueño olímpico.  ¡Gracias Mariscal por conducir a la Celeste por la calle de la gloria eterna!

Referencias:

Asociación Uruguaya de Fútbol. José Nasazzi. En:www.auf.org.uy/jose-nasazzi-yarza/

Club Atlético Bella Vista. Línea del tiempo. En:www.cabellavista.com.uy/institucion/historia/linea-de-tiempo

Lucero, Diego. José Nasazzi. El capitán más grande de la historia. Estrellas deportivas N° 25. Montevideo, 1978.

Montemuiño, Agustín. Pasiones desafiliadas. Ediciones Cruz del Sur, Uruguay. 2016.

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