La llama celeste: el segundo match

Un solo encuentro bastó para que el mundo entero advirtiera, en los albores del siglo XX, el nacimiento de la mayor expresión futbolística fuera de las islas británicas. El football comenzó a arraigarse en el Río de la Plata con tanta determinación que los players ansiaron constantemente encontrar nuevos rivales, nuevos horizontes donde competir. Cruzar el gran río se convirtió en un nuevo escalón deportivo. No solo para nuestros teams, que buscaron rivales de fuste y mostraron su clase en fields porteños, sino para el embrión de nuestras selecciones, la uruguaya y la argentina, que, con elevens aún en proceso de formación, lograron cautivar a propios y extraños. Esa primera vez, entre “orientales y porteños”, que llenó de orgullo a unos y a otros, ya era solo un recuerdo, por lo cual un nuevo enfrentamiento se estaba gestando, el cual se sucedió en el año 1902 y tuvo un desenlace ciertamente inesperado.

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El primer estadio del Uruguay

El sol otoñal atraviesa con dificultad la espesa fronda de los eucaliptos por la avenida 19 de Abril. Hace 120 años, esos árboles eran apenas retoños entre muchos otros que poblaban una zona de quintas, bordeadas por un arroyito de nombre peculiar, el Quita Calzones. El sosiego de aquellos días se mantiene en el presente, aunque durante pocos años conoció el bullicio de un estadio de fútbol. El primero que hubo en este país.

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Entre 1910 y 1950 no existía la “garra charrúa”

Elegir el impactante Uruguay 5 Francia 1, título de la columna con la cuál estrené mi contacto con los cibernautas en el sitio de los historiadores del fútbol uruguayo, llevaba el propósito de despertar en los visitantes la curiosidad que los animara al “click” para satisfacer su sorpresa por un tanteador que hoy –y desde hace muchas décadas-, es imposible que materialice un equipo uruguayo. Frente a Francia y, también, ante cualquier otro seleccionado por más débil que sea.

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River Plate Football Club: herencia Darsenera

La Liga “inglesa”

Cuando se fundó la “The Uruguay Association Football League”, allá por 1900, lo hicieron cuatro clubes: quien tuvo la iniciativa, Albion, que representaba de alguna manera a la comunidad inglesa; el CURCC, de la zona de Peñarol, que fue por muchos años el club de una empresa ferroviaria; el Deutscher Fussball Klub, con algunos integrantes y descendientes de la comunidad alemana, y el Uruguay Athletic, compuesto por hijos dilectos de familias de buena posición. Era una continuidad de las tradiciones inglesas, que comenzaron a resquebrajarse con la inclusión de Nacional (club criollo y en su mayoría estudiantes universitarios) al año siguiente. No tenía ni pretendía las dimensiones que hoy se le conocen, obviamente en un contexto histórico totalmente diferente, donde la máxima autoridad que se podría (en condicional) llegar a tomar en cuenta era la Liga Inglesa, ya que la FIFA se fundaría en mayo de 1904.

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Por las calles del fútbol III. “El capitán más grande de la historia”.

Así títuló la prestigiosa pluma de Diego Lucero al ejemplar N° 25  de Estrellas Deportivas que produjo en memoria de José Nasazzi a los diez años de su desaparición física en 1978. Una definición exacta de lo que representó uno de los principales responsables de convertir al balompié oriental en uno de los más prestigiosos del mundo. Ningún otro futbolista que asumió el honor de capitanear a la selección de su país conquistó 3 campeonatos del mundo de forma consecutiva y en tan solo 6 años. Un palmarés sobresaliente que completó con 4 Campeonatos Sudamericanos junto a los torneos obtneidos en el ámbito de la competición local. Pero sus éxitos no solo se tradujeron en trofeos y medallas porque su legado sigue plenamente vigente. Nasazzi definió el modo de ser del jugador uruguayo y estableció el orden de requisitos que debe tener cualquier futbolista que aspire a sucederlo en el porte del brazalete celeste. Un  deportista que integró la elite mundial en su tiempo pero que se mantuvo fiel a las raíces  del barrio que lo recuerda cada día con una de sus calles.

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Julio “banana” Maceiras

Protagonista destacado de la historia de danubiana, es uno de los grandes futbolistas de todos los tiempos. En su época participó en los hechos más gloriosos del equipo de la franja negra. Ejemplo para compañeros por su capacidad, responsabilidad y conducta profesional. Defendió a Danubio durante 13 años como titular indiscutido, 8 de los cuales lo hizo como capitán. Jamás fue expulsado de una cancha. Fue campeón uruguayo de la “B” y subcampeón en el “círculo de privilegio”. Con la selección uruguaya concurrió a un mundial y se consagró campeón sudamericano.

Nació en Ejido, entre Uruguay y Mercedes, pero a los 5 años, su familia se mudó a Minas entre Paysandú y Cerro Largo. Allí en los baldíos existentes de la zona, denominada como “Barrio Estación” comenzó a desarrollar su personalidad futbolística. Sus excelentes condiciones le permitieron saltar la escalera de equipos que obligatoriamente debían realizar todos los demás y pasar a jugar directamente en el equipo fuerte del barrio, el Alacrán. Jugó poco en este equipo porque lo vinieron a buscar del “Yatay”, de donde se fue a las formativas de Wanderers.

En 1947 el club de la Curva de Maroñas se lo compró a los bohemios en mil cien pesos y a partir de allí comenzó una carrera intachable. Como dijimos, jugó 13 años como titular indiscutido, 8 de ellos como capitán del equipo, jamás resultó expulsado, siendo siempre protagonista de lujo.

Al poco tiempo de su llegada, se consagró Campeón Uruguayo de la “B” en 1947. Al año siguiente participó en el histórico debut danubiano en la divisional “A”, con victoria frente a Peñarol por 2 a 1. Lógicamente defendió el arco en el partido despedida al “Pibe de Oro” Ernesto Lazzatti, oportunidad en la que Danubio obtuviese su primera victoria de carácter internacional en suelo extranjero, al ganarle al poderoso Boca Juniors por 3 a 1. Tampoco podía estar ausente en aquella gloriosa campaña danubiana que lograse el primer subcampeonato uruguayo en 1954, ni de la inolvidable gira por Centroamérica y México realizada en 1955.

Su extenso pasaje con el buzo danubiano, lo marcó para toda la vida, ya que siempre expresó que se sentía plenamente identificado con el club de los Lazaroff. Aseguró además que, gracias a Danubio tuvo la fortuna de conocer a verdaderos patriarcas del fútbol uruguayo como Hugo Forno, Antonio Souto, Nascelle Rusch y Luis Marmo, personas que recordaba con gran cariño. Pero fundamentalmente, jamás olvidó que tuvo la dicha de conocer a un “Señor del Fútbol” como Ernesto Lazzatti.

En la década del 50, inmejorable en jugadores de calidad del fútbol uruguayo, “Banana” llegó a la selección uruguaya, integró el plantel que disputó en 1954 el Mundial de Suiza y dos años después se consagró Campeón Sudamericano, torneo disputado en Montevideo.

Comenzó su carrera como entrenador en Danubio, cuando ya quemaba sus últimas etapas de futbolista, como ayudante de Enrique Lupíz en el año 1958.

Julio Maceiras, un Grande dentro y fuera de las canchas. Indudablemente uno de los más grandes arqueros que dio Danubio al fútbol uruguayo, precursor de los Carrabs, Zeoli, Seré, Carini, etc.

Fecha de nacimiento:

22 de abril de 1927

Lugar: Montevideo, Uruguay

Fecha de fallecimiento: 6 de septiembre de 2011

Trayectoria como jugador:

Divisiones juveniles de Wanderers, Danubio de 1947 a 1959. Se retiró

con 33 años en el club Joanicó de Canelones en 1961.

Integró la selección que disputó el Mundial de Suiza en 1954 y el sudamericano de 1956.

Títulos como jugador

Campeón Uruguayo “B” 1947, Vicecampeón Uruguayo 1954. Vicecampeón Torneo Competencia 1958.

Campeón Sudamericano de 1956, con la selección mayor.

Campeón departamental con Joanicó (Canelones)

Trayectoria como entrenador principal

El Tanque (1961) La Luz (1962 a 1966)

Nacional (1966 -1968) La Luz (1970) Fénix (1971) Central (1971 a 1973)

Selección de Soriano (1973) Asencio de Mercedes (1976) Selección Florida (1977) Progreso de Atlántida (1979) Selección de la “B” (1977)

Títulos como entrenador:

Campeón de Intermedia con La Luz en 1962

El goleador olvidado

Héctor Sena Puricelli (AC Milan) sale al cruce del defensor.

Con el advenimiento del profesionalismo en Italia en 1929, fueron numerosos los jugadores uruguayos que se vieron tentados por las liras del país de la bota y por la aventura de medirse en el -a esas alturas- fútbol más poderoso del continente europeo.

Los que viajaron a Italia de forma casi permanente en los años treinta no fueron solamente orientales a los ojos de la Liga local, sino que, a sus efectos, fueron connacionales, ya que su condición de oriundi-es decir, descendientes directos de ancestros italianos- así lo marcaba.

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