Luis Suárez, Barcelona, Bayern y el 8:2

La fotografía de Fernándo González muestra a Luis Suárez en soledad caminando hasta su habitación en el Hotel de Recife, luego de recibir la sanción de la FIFA expulsándolo de la Copa del Mundo de 2014.

Los ecos del estupendo partido que disputaron Barcelona y Bayen Munich por los cuartos de final de la antigua Copa de Campeones de Europea, conducen a reflexionar sobre los dos eternos extremos de la vida: el ayer y el futuro.

El mundo del fútbol se rinde ante la aparición del dinámico equipo de Bayern Munich. Es el hoy. El futuro. En mi opinión con reminiscencias del estilo de juego del CA Defensor, magnífico campeón de la Copa Uruguaya de 1976. Por momentos, frente a la pantalla de la TV observando esas dos líneas de cuatro bien apretadas en la mitad de la cancha y los desenganches veloces hacia el ataque cuando el equipo conseguía la pelota, trajeron a la memoria aquel esquema que puso en práctica el Prof. José Ricardo De León con éxito singular. ¡Marcar a la pelota! sostenía el entrenador, mientras observaba la práctica de los titulare sin aquero, con él sentado en una silla la portería, enfrentando a los suplentes. Eran otros tiempo. ¡Sin televisión! Arispe, Jauregui, Salomón y Javier en la línea de atrás, Graffigna, Ortíz y José Gómez en la mitad de la cancha sumándose como cuarto volante, a veces Rodolfo Rodríguez y en otras Pedro Álvarez, Santelli o Mondada, según quién jugara. Y Cubilla arriba por la derecha, contra la raya, con la lámpara de Aladino pronta para accionar.

El mundo del fútbol vaticina el momento difícil que deberá enfrentar Barcelona. Es el ayer. El pasado. Inevitable realidad cuando los dioses cansados advierten que los mejores años ya transcurrieron. Piqué cometiendo un error de de jugador sin experiencia en el quinto gol del Bayern. Massi de brazos caídos siempre superado. Y nuestro Luis Suárez, el mejor de todos los “antiguos” del equipo, peleando sólo, sin compañía, demostrando que aún conserva algo de aquel fuego sagrado, aunque ya sin aquella potencia arrolladora. Esto quedó en claro en cuatro o cinco piques donde arrancó con ventaja, controlado por el defensor que arrancó después.

A propósito de esta contra cara entre el pasado y el futuro que emergió de la cancha, rescato un artículo que escribí en 2014 referido a Luis Suárez y el difícil momento que vivió en Natal cuando la FIFA impulsada por los dirigentes ingleses que la controlan a pesar de no presidirla, lo expulsaron de la Copa del Mundo. La imagen captada por Fernando González en que Luis Suárez abandonaba el hotel rumbo al aeropuerto, generó en mi mente una serie de reflexiones. Como se aprecia, se ve a Luis caminando en soledad por el pasillo del piso del hotel que ocupaba Uruguay, rumbo a su habitación para empacar y partir.

AQUEL AYER

En la década de los años sesenta del siglo XX, cuando la nueva ola parecía sepultar al tango, se instaló en el Río de la Plata el enfrentamiento entre las dos corrientes. De un lado los abanderados del modernismo que, a nivel musical, tenía al Club del Clan como abanderado. Palito Ortega, Chico Novarro, Johny Tedesco, Lalo Francen, Niki Jones, Violeta Rivas y Néstor Fabían, formaban esa barra juvenil que cada sábado de noche, por la tele, paralizaban ambas orillas platenses. El suceso en Montevideo era impresionante. El long-play del Club del Clan llegó a vender en Uruguay un millón de placas.

El tango se moría. Apareció un oriental de Las Piedras, Julio Sosa, rescatando la corriente tradicional. En ese tiempo le preguntaron al Polaco Goyeneche:

-¿Qué le diría a los jóvenes que no les gusta el tango?

-“¡Qué vivan! Después les va a gustar…”, respondió el Polaco arrastrando su voz que comenzaba a desgastarse.

Hoy, en este mundo de internet, facebock, twitter y otras yerbas, los muchachos no tienen ni idea de este pasado al que me refiero. Para ellos no existen. No los conocen. En cambio, para los que peinamos canas, siguen allí, fijos, instalados en la memoria colectiva de los recuerdos que no se olvidan.

AQUEL FÚTBOL DEL AYER

En ese tiempo el fútbol uruguayo tenía sus ídolos. Apenas estábamos a una década del Maracanazo. Los muchachos de entonces, tocábamos la gloria con la mano. Estaba allí. Pero, para aquellos jóvenes de los sesenta, los viejos no interesaban. Rendíamos tributo y nos desesperábamos por los ídolos presentes, los de ese momento, los de ese tiempo. ¿Quiénes eran? Pedro Rocha, Mario Bergara, Rubén González, el Tito Goncalvez, el Pepe Sacía, Alberto Spencer…

Cientos de muchachos los esperaban a la salida del Parque Central o de Las Acacias, donde practicaban Nacional y Peñarol. Cientos de muchachos íbamos a verlos jugar en las prácticas de la selección que se realizaban en la cancha de la Escuela Militar, allá por la avenida Garibaldi casi Vilardebó. La televisión apenas comenzaba. Los ídolos aún no estaban en la pantalla chica. No existían equipos de interiores. La TV se realizaba sólo desde los estudios, con los avisos publicitarios en vivo. A nuestros ídolos futbolísticos los veíamos en los diarios. Comprábamos El Día con el huecograbado a todo color, para recortar las fotografías y pegarlas en los cuadernos

AQUEL FÚTBOL DE LOS AÑOS TREINTA

Esos jugadores de fines de los cincuenta y principios del sesenta eran nuestros ídolos, como para mi viejo los suyos fueron y seguían siendo desde la memoria, Héctor Scarone, Pelegrín Anselmo, el Gallego Lorenzo, el Manco Castro, José Piendibene. Me contaba con admiración en sus ojos cuando, siendo botija se colaba en el Parque Central y se subía a los carteles publicitarios de toscanos Avanti para ver el partido. Y allí –relataba- pegaban en la chapa del aviso los pelotazos de Petrone que se iban afuera y el cartel cimbraba. Repetía hasta el cansancio el gol del Maestro Piendi a Zamora en 1926 en el Parque Central.

“Todo pasa”, tenía escrito en su anillo de oro Julio Grondona y lo hacía girar de exprofeso, cuando alguien venía a plantearle un problema acuciante, de ese momento, de instante de la vida en que al interlocutor le ocurría el episodio que buscaba solucionar.

ESTE FÚTBOL DE LA ALDEA GLOBAL

Aquellos eran otros tiempos. Muy diferentes a los actuales. Hoy los admiradores de los ídolos buscan el autógrafo, el selfy, la firma de la camiseta. Y, sin duda alguna, el ídolo supremo actual del fútbol uruguayo es Luis Suárez. Se ha ganado ese sitial de idolatría total a todos los niveles –jóvenes, medianos y viejos- no solo por sus condiciones, sino también porque su trayectoria lo ha convertido en el símbolo de la lucha de David ante Goliat. Teñida con la persecución del amor por su novia de la niñez, la mujer y esposa de hoy.

Hoy, en Uruguay, todos mueren por estar, tener una fotografía, un autógrafo o simplemente tocarlo cuando pasa rumbo al estadio, en el aeropuerto, en la calle… Y Lucho, el Pistolero, el Depredador, Luisito, retribuye cada gesto con una sonrisa buena, generosa y afectiva. Es el hoy, es líder, el polo de atracción, el imán de multitudes.

La poderosa Red Globo de Brasil ha difundido en estas semanas un material excelente de casi 20 minutos, donde se narra la vida de Luis Suárez, con una cobertura notable realizada en varias ciudades del mundo, incluido su Salto natal. Es la prueba concluyente de la dimensión de ídolo que ha adquirido Luisito en esta aldea global en que se ha convertido el mundo.

Luis Suárez es el ídolo del momento. Un momento que se consume rápidamente en el planeta globalizado. Hasta hace poco, muy poco, ese sitial de idolatría lo ocupaba en todo su esplendor Diego Forlán, quien el martes pasado, en un gesto que lo enaltece y que demuestra su ubicación, concurrió como uno más a saludar a sus ex compañeros, a apoyarlos, consciente que en el inevitable paso del tiempo, que es la vida misma, conservará para siempre su distinción de haber sido el mejor jugador de la Copa del Mundo de 2010. Quedará para siempre, mientras la idolatría popular irá cambiando de rumbo, cumpliendo la máxima inflexible del “todo pasa”. Y a medida que el sol de esa misma vida se va poniendo a nuestra espalda, cada ser humano, en el inevitable diálogo con su consciencia, consigo mismo, advertirá que el tiempo se va escapando como agua entre los dedos, hasta convertirnos a todos en un punto en medio de la inmensidad.

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