En 1931, Atlanta quiso vestir a casi todos los campeones del mundo de 1930 con su camiseta para pelear el Campeonato argentino

Álvaro Gestido, Enrique Ballestrero, Ernesto Mascheroni, José Leandro Andrade (arriba), Pablo Dorado, Héctor Castro y Pedro Cea (abajo), los campeones del mundo tentados por Atlanta.

En 1931 se disputó el primer campeonato de la era profesional en el fútbol argentino.

Como sucedería un año después en nuestro país, se confirmaba un período de «sinceramiento» en el balompié mundial cuando, a esas alturas, el amateurismo no era más que un cuasi inexistente ideal.

Es más, a no ser por la oficialización del régimen profesional y la celebración de contratos con sus derechos y obligaciones que daban rienda suelta a hablar y publicitar sin complejos cifras y montos de dinero, en nuestro país no mucho cambiaría en esencia a lo que ya se venía viendo en las canchas y en el diario vivir de los footballers.

Fue en ese contexto que el balompié argentino se vio tentado a «pescar» en el todavía «amateur» deporte uruguayo.

Así, diversos jugadores orientales cruzaron el charco en aquel 1931 tentados por las ofertas deportivas, pero, sobre todo, económicas. Un joven Roberto «Tano» Porta pasó a Independiente de Avellaneda, el wing Arturo de León, el entreala o centre-forward Roque Sosa y el half Ángel Miguens fueron transferidos a Gimnasia y Esgrima de La Plata, y Pedro Lago, el «Mulero», marchó a River Plate, entre otros casos.

Sin embargo, el bombazo mundial no lo dio ninguno de ellos sino que el gran protagonista fue Atlanta, quien, en una idea brillante sostenida por el poder económico, pretendió incorporar nada menos que a 11 jugadores uruguayos, ¡10 de los cuales eran los vigentes campeones mundiales de 1930!

Es que, a decir verdad, en retrospectiva llama la atención que solo fuera Atlanta el club al que se le ocurrió esta idea. Si los campeones del mundo todavía jugaban en un régimen amateur y los argentinos ya habían implementado el profesionalismo, y si la economía y la inexistencia de cupos de extranjeros lo permitían, ¿qué mejor que invertir y armar un equipo con casi todos los campeones mundiales celestes?

De esa forma, el primer campeonato profesional del hermano país tendría a lo más selecto de la Selección y del balompié oriental y mundial enfundado, en este caso, en la casaca auriazul de Atlanta.

El 24 de agosto de 1931, el diario argentino «Jornada Deportiva» fue contundente:

«Ballesteros (sic), Recoba, Píriz, Occhiusi (sic), Urdinarán, Castro, Cea, Dorado y Mascheroni, han sido contratados por el Club Atlanta, para jugar diversos partidos por el campeonato de profesionales».

Enrique Ballestrero, de Rampla Juniors, había sido elegido mejor arquero del Mundial de 1930 y Emilo Recoba, de Nacional, había sido suplente de José Nasazzi en el magno certamen, al igual que Conduelo Píriz (Nacional) lo había sido de Pedro Cea (Nacional).

Precisamente, el «Vasco» había sido no solo el goleador oriental con cinco anotaciones incluida una en la final -el sempiterno «Empatador Olímpico»- sino que se había consagrado como uno de los mejores entrealas del torneo sin discusión. Otro «Vasco», Santos Urdinarán (Nacional), fue titular en el primer encuentro ante Perú cediendo su lugar luego a Pablo Dorado (Bella Vista), otra figura de enorme relieve y quien marcara el primer gol de la final ante Argentina.

Pablo Dorado: no a Atlanta en 1931; sí a River en 1932 (Foto: Museo River).

Del «Manco» Héctor Castro (Nacional) no hay mucho más que pueda decirse: en el primer juego ante los incaicos fue el autor del único gol de la contienda -el primero de la historia del Estadio Centenario en su inauguración- y, en el duelo cúlmine, sentenció el match ante los hermanos platenses con un golazo de cabeza. Picardía, potencia, clase, temperamento, coraje y gol. No le faltaba nada.

Finalmente, Ernesto Mascheroni (Olimpia) se había transformado en uno de los mejores backs del continente tras el Mundial, habiendo brillado en la zaga central junto al «Mariscal» Nasazzi.

El único que no había sido mundialista, pero que había estado en una lista amplia antes de la elección de los 22 campeones del mundo fue Francisco Occhiuzzi, half de Wanderers. Se trataba de un player de grandes condiciones que, poco tiempo después, marcharía al fútbol italiano.

Si esta movida parecía llamativa, con el paso de los días se sumaron los resonantes nombres de Álvaro Gestido (Peñarol) y José Leandro Andrade (Nacional) como jugadores a los que también se les iba a ofrecer un contrato.

Lo curioso de todo esto es que Atlanta iba por todo: no los quería firmar por un puñado de partidos o hasta el final de la temporada 1931, sino que pretendía contratarlos hasta finales de la temporada 1932 con la posibilidad de extender el vínculo dos años más. Sí, deseaban tener a los campeones del mundo hasta 1934 inclusive.

La prensa argentina y los hinchas se mostraban un tanto escépticos, los dirigentes de Atlanta no querían publicitar demasiado la movida y hasta llegaban a negarla, pero lo cierto es que la intención estaba más viva que nunca.

Si todo cristalizaba, Atlanta podría alinear un once soñado en el certamen doméstico: Ballestrero; Recoba y Mascheroni; Andrade, Occhiuzzi, Gestido; Urdinarán, Píriz, Castro, Cea y Dorado. Un legítimo combinado oriental campeón del mundo. ¿Qué tal?

Mascheroni tuvo un breve pasaje por Independiente en 1934 antes de partir al Inter de Italia.

De las estrellas de la Copa del Mundo de 1930 en casa, solamente Nasazzi -sin deseos de partir a la vecina orilla a pesar de un futuro interés de Boca Juniors en 1932-, el «Gallego» Lorenzo Fernández, el «Canario» Santos Iriarte, Peregrino Anselmo, y los cracks de siempre Héctor Scarone y Pedro Petrone, ambos en el calcio italiano, no integraban esa increíble nómina.

Atlanta se había contactado en primera instancia con Cea y Andrade para que otearan la situación y le transmitieran el mensaje al resto de sus colegas campeones. Se afirmaba, además, que el conocido periodista Trifón Ilich también oficiaba como mediador.

El 25 de agosto, el diario «Jornada Deportiva» confirmó que, finalmemente, se había firmado un «compromiso provisorio» entre los footballers y la institución Atlanta. Ya no eran 11 los que llegaron a esta instancia, sino siete.

El «Manco» Castro (el segundo futbolista hincado desde la izquierda) en Estudiantes de La Plata en 1932.

«Los que suscribimos declaramos haber aceptado las propuestas que nos han hecho los delegados del club Atlanta, señores Emilio Bonetti y Miguel Arispe, comprometiéndonos luego a firmar los respectivos contratos, ponernos en condiciones reglamentarias a fin de actuar en los compromisos que tenga el club a partir del domingo 30 del corriente. (…)»

Firmaban dicho documento Mascheroni, Castro, Urdinarán, Recoba, Cea, Ballestrero y Occhiuzzi. Dorado, disconforme con algunos puntos, no había prestado su rúbrica, pero las tratativas continuaban y se estaba próximo a lograr el acuerdo.

En palabras al mismo medio, los dirigentes argentinos aceptaron las negociaciones, revelaron su plan y expresaron:

«Cuando hablamos de reforzar al equipo, decidimos contratar dos o tres jugadores uruguayos y enviamos un emisario a la otra orilla. Una vez el señor Arispe en Montevideo, conversó con los jugadores que se deseaba contratar, y de acuerdo con estos se llegó a la conclusión de que podían ser siete los elementos que deberían reforzar al equipo. (…) Al reforzar nuestro equipo no hemos cometido ningún delito: por el contrario, hemos contribuido a llenar una de las finalidades que obligaron a la creación de la Liga Argentina, que es la de mejorar la calidad de juego, constituyendo los conjuntos con los mejores jugadores en actividad».

Los dirigentes de Atlanta Arispe, Sanguinetti y Corbellini, ideólogos de la contratación de los celestes. Arispe, además, fue uno de los más activos a la hora de viajar a Montevideo y tratar de convencerlos (Foto: Jornada).

Pero claro, usted se preguntará a qué costo iban a ir los cracks orientales a jugar a la vecina orilla. Pues bien, en las mejores ya que todos ellos -incluido Dorado si accedía a incorporarse- iban a firmar por $5.000 por cabeza y el sueldo máximo establecido por la Liga Argentina: $350 mensuales. Firmarían por dos años. Como se ve, los campeones del mundo recibirían lo que merecían por su relevancia continental y mundial como deportistas.

En Argentina se daba por hecho que debutarían el domingo 30 de agosto nada menos que ante Boca Juniors.

El sueño le daba paso a la realidad.

Pero…

En cuestión de horas, sobrevino la pesadilla.

Cuando llegó el día de firmar efectivamente los contratos en una oficina en Montevideo ante un representante de Atlanta, de 10 jugadores conminados a estampar su rúbrica -sí, el número de futbolistas se incrementaba o descendía en cuestión de horas- apenas concurrieron… tres.

Solamente Ballestrero, Cea y Recoba se presentaron. Ante la sorpresa de no ver al resto de sus colegas, y cayendo esa velada promesa de ir «todos juntos», los cracks charrúas decidieron no firmar el contrato (aunque hubo acusaciones de que Cea, Recoba y Andrade lo firmaron poco después; esto sería desmentido posteriormente).

Luego se supo que Dorado decidió bajarse definitivamente porque priorizaba continuar defendiendo al seleccionado oriental -recordemos que no existían los «repatriados»- y que Mascheroni no quiso partir porque temía que Atlanta no cumpliera con las promesas económicas.

Andrade llegaría finalmente a Atlanta a fines de 1933 y principios de 1934 para completar tres partidos y, luego, a la fusión Talleres-Lanús, donde sumó dos presencias en 1934 (foto con la casaca de Talleres; talleresdeescalada.blogspot.com)

De un momento a otro, Atlanta se quedó sin los campeones mundiales. Una idea brillante naufragaba por imperio del novel profesionalismo y el poco convencimiento de los jugadores.

El 30 de agosto, sin los campeones del mundo, Atlanta perdió 3-1 en casa ante Boca y finalizaría último en el certamen con apenas 15 unidades. Ganó cuatro partidos, empató siete y perdió 23. Marcó 33 goles y recibió… ¡83!

Una semana después, Ballestrero, Mascheroni, Gestido, Occhiuzzi y Dorado fueron titulares en el combinado en la derrota por 2-0 ante Brasil por la Copa Rio Branco en Rio de Janeiro.

De todos quienes se anunciaba que marcharían al fútbol argentino solo terminarían haciéndolo Andrade al mismo Atlanta, pero a fines de 1933 y principios de 1934, y luego a la fusión Talleres-Lanús (apenas cinco partidos entre ambos clubes); Dorado -el más jovencito de todos- a River en 1932 aunque sin gran éxito hasta 1935; el «Manco» Castro a Estudiantes de La Plata también en 1932 y Mascheroni a Independiente en 1934.

PABLO VEROLI

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