
Ocho años después de su última conquista continental, Uruguay buscaba, como local, su decimoprimer título de campeón de América.
A favor tenía que se trataba de un combinado infalible en casa (cinco de cinco, sin derrotas), aunque aquello podría acarrear también cierto grado de presión, y que poseía un plantel por demás competitivo-a pesar de que hubo ciertas restricciones en la cantidad de jugadores cedidos por parte de algunos clubes-, en el que destacaban muchas de las figuras del Peñarol campeón de América y del mundo de 1966 y promisorios valores de Nacional, Danubio, Sud América, Defensor, Racing y Fénix.
Entre todos ellos, los nombres de Pedro Virgilio Rocha y Ladislao Mazurkiewicz, ambos en el cénit de su trayectoria deportiva, eran de los más convocantes.
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