Con el advenimiento del profesionalismo en Italia en 1929, fueron numerosos los jugadores uruguayos que se vieron tentados por las liras del país de la bota y por la aventura de medirse en el -a esas alturas- fútbol más poderoso del continente europeo.
Los que viajaron a Italia de forma casi permanente en los años treinta no fueron solamente orientales a los ojos de la Liga local, sino que, a sus efectos, fueron connacionales, ya que su condición de oriundi-es decir, descendientes directos de ancestros italianos- así lo marcaba.
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